No, no es mañana. Un diario que no se escribe a diario. Pero vino. Me llamó, me dijo que tal si quedábamos. Para cenar. Charlar... Con puntos suspensivos y al final se quedó a dormir. Y el sentimiento se hizo real. Se materializó. Y como todo lo material se devolvió superficial. Se desvaneció. Anelarlo con antelación le quitó parte del sabor, del aroma. Pero sucedió.
Ahora la distancia que hay entre ella y yo es la misma que hay desde donde estamos hasta la separación que la que hay desde donde estamos hasta la unión. Me encuentro en el punto de inflexión, en un punto de equilibrio. Dónde yazco en paz. En harmonia. Desde donde puedo permitirme actuar y pensar sin presión ni condición. Con fluidez.
Pasan los dias y el contacto es escaso y fortuito. Virtual, en general. Nada implicito ni trascendente. Escaso. Inexistente. Me da igual. No me preocupa. Estoy en paz. Estoy bien. De momento sigo en equilibrio. Ella ha demostrado ser mejor funambulista que yo. Pero yo he demostrado ser buen aprendiz. Y una y otra vez me he vuelto a subir a la misma cuerda floja. He caido una y otra vez. Y me he vuelto a montar. He conseguido mantener el equilibrio. He conseguido balancearme de arriba abajo y he conseguido hacerla caer. Por un momento, por primera vez. He sido yo el que estaba en equilibrio encima de la cuerda y ella en el suelo intentando recuperarse... Y... Ha vuelto... De nuevo estamos los dos. Encima de la misma cuerda floja. Mirándonos fijamente a los ojos. Sin vernos. Sin tener contacto. Sin llamarnos. Cada uno en su extremo. Pero sobre la misma cuerda floja. Es un momento dulce. Ingrávito. Mágico. Pausado. Aturado. Donde el tiempo no transcurre o tiene una dimensión infinita...
Hasta que alguno de los dos pierda el equilibrio.
O hasta que los dos caigamos al mismo tiempo.
O hasta siempre...
Quién sabe.
Mañana os cuento.